Cerré los ojos un segundo. El viaje me pareció que duró mil años. Lloré como niño ante las maravillas que se mostraron con forma de lluvia, gotas de luz y salpicaduras de color.
Una sensación de paz me invadió. Sentí que nada me faltaba, sentí que todo estaba bien.
Ante mi se mostró su hermosura. Una belleza idescriptible de fuego y amor. Una pasión, una dulce locura, un éxtasis pleno, sin remordimientos, sin mentiras, sin traiciones.
Cada vez que me conecto con El, se dispara la sinfonía del Eterno, en un despliegue de notas altas, en utravioletas.
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